No perdamos el domingo

El domingo parece haber pactado con abril darnos un día radiante. Un Sol, aún amigable, baña todo con una luz blanca que obliga a entrecerrar los ojos. Hoy es uno de esos días de inflexión en que, por vez primera, dejas las puertas y las ventanas abiertas al exterior. En medio del oceano de tibieza tranquilo que dormita dentro del hogar circulan corrientes de frescor. Dentro de ellas llegan montones de ruidos de la vida que, una vez más, vuelve a nacer.
Los domingos tienen la magia del ruido tranquilo. Entran en casa ladridos de perros remotos, el canto de montones de aves que no paran de revolotear, nerviosas, excitadas, únicamente preocupadas por engendrar. Se cuelan también aromas nuevos, dulzones y ligeros que acabarán siendo pegajosos y espesos. También trae el vacio de ruidos del domingo los ecos de conversaciones. El privado invierno muere y nace el público estío.
También , claro y pr


El domingo es como una sombra ligera sobre un duro cemento. El domingo simplemente lo dejamos pasar balanceándonos en la brisa de los apetitos. Pasa el domingo sin que en él hayamos impuesto ninguna voluntad. Nos dejamos arrastrar, sin oposición alguna, por nuestros hijos, padres y abuelos. El domingo comemos paellas, gambas y cocidos.



Cuando muere el domingo sólo existen dos especies en el mundo. La infeliz, ansiosa porque llegue el lunes con su máquina demoledora, y la feliz, que como los niños, no quieren volver al cole. Busquemos la tercera, la del equilibrio. Elijamos un sólo día, multipliquémsolo por siete, y seamos mediana, completa, suficiente o razonablemente felices. No seamos tontos, no perdamos un día, no perdamos el domingo.
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